- “Debemos usar la lengua para el bien y para Dios que la dio”.
- “El amor considera si las palabras que decimos causarán angustia, felicidad o algún daño a la otra persona”.
- “Los hijos e hijas de Dios deben pronunciar palabras que ayuden a edificar a los demás, en lugar de palabras dañinas que provoquen contención o prueba”.
- “Donde se intercambian buenas y hermosas palabras, florece la risa. ¿No es cierto que compartir palabras buenas y hermosas trae felicidad?”
“Debemos usar la lengua para el bien y para Dios que la dio”.
“Si alguno no ofende en palabra, este es varón perfecto […]. Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño, […] Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. […]” Stg 3:2-6
Así como una nave, aunque tan grande, es gobernada por un pequeño timón para navegar por el vasto mar, nuestra lengua, aunque sea una pequeña parte del cuerpo, puede desempeñar un papel importante cuando se utiliza. La lengua tiene el poder de dar vida como de traer muerte. Un solo mal uso de la lengua puede conducir a la ruina, mientras que usarla sabiamente puede traer prosperidad. El poder de la lengua es así de grande. Cuando se usa para el bien, se convierte en lo mejor. Sin embargo, una lengua utilizada para cosas malas puede ser muy desafortunada.
Los que tienen una lengua brusca provocan discordia. Así como la gente disfruta de la comida blanda, se prefieren las palabras amables. Por la palabra bondadosa de Dios, hemos recibido la vida eterna. Debemos usar la lengua para el bien y para Dios que la dio.
De la palabra de la Madre: “Aunque la lengua es una pequeña parte del cuerpo”
“El amor considera si las palabras que decimos causarán angustia, felicidad o algún daño a la otra persona”.
El amor considera si las palabras que decimos causarán angustia, felicidad o algún daño a la otra persona. Antes de creer en Dios, solíamos hablar y actuar a nuestro antojo, haciendo las cosas a nuestra manera. Sin embargo, ahora debemos considerar a los demás antes que a nosotros mismos, siguiendo la palabra de Dios. Amarnos unos a otros es el proceso de nacer de nuevo. Para renacer, debemos abrazar el corazón bueno y hermoso de Cristo, quien oró por los pecadores y se sacrificó por nosotros para nuestra salvación.
Ya que hemos recibido el mayor amor de Dios, ¿qué más podríamos desear? Dios dijo: “Amaos unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13:34). Esto significa que, puesto que Dios nos amó y nos dio vida eterna, no debemos buscar solo recibir amor, sino dar amor. Cuando concedamos mutuamente y nos consideremos unos a otros, estaremos llenos de gozo y no caeremos en tentación.
De la palabra de la Madre: “Es necesario nacer de nuevo para entrar en el reino de los cielos”
“Los hijos e hijas de Dios deben pronunciar palabras que ayuden a edificar a los demás, en lugar de palabras dañinas que provoquen contención o prueba”.
“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.” Ef 4:29
Los hijos e hijas de Dios deben pronunciar palabras que ayuden a edificar a los demás, en lugar de palabras dañinas que provoquen contención o prueba. Si expresan gratitud a Dios que los ha salvado, los hermanos nos resultarán favorables y nuestra verdad parecerá buena. “Nuestros hermanos son desinteresados y se esfuerzan sinceramente por salvar al menos un alma más. Realmente se parecen a los ángeles”. “Nos vamos al reino de los cielos sin preocupaciones, ¡qué dichosos somos!”. Si siempre comparten esas palabras, pensarán: “Soy realmente dichoso”. Esta es una lengua gentil.
De la palabra de la Madre: “Aunque la lengua es una pequeña parte del cuerpo”
“Donde se intercambian buenas y hermosas palabras, florece la risa. ¿No es cierto que compartir palabras buenas y hermosas trae felicidad?”
“La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra áspera hace subir el furor. La lengua de los sabios adornará la sabiduría; mas la boca de los necios hablará sandeces.” Pr 15:1-2
En lugar de palabras ásperas, digamos siempre palabras amables y con gracia que beneficien a los demás y les den alegría. Los conflictos en el seno de una familia, ya sea entre cónyuges o con los hijos, tienen su origen en el uso de las palabras. En la vida social y en la vida de la iglesia, decir palabras amables y llenas de gracia que calmen la ira de la otra persona es un acto de amor. Donde se intercambian buenas y hermosas palabras, florece la risa. ¿No es cierto que compartir palabras buenas y hermosas trae felicidad?
De la palabra de la Madre: “Aunque la lengua es una pequeña parte del cuerpo”