Mis amados hijos de Sion, han estado trabajando ferviente y diligentemente, con sinceridad, para salvar al menos un alma más. Sus esfuerzos dedicados brillarán para siempre en el glorioso reino de los cielos. Fortalezcámonos mientras esperamos el día en que nuestro Padre celestial nos elogiará y nos consolará por toda la eternidad.
En este mundo, hay innumerables cosas capaces de despertar la codicia con solo verlas. Muchas personas piensan que creer en Dios y obedecer su palabra restringe su libertad, pero el mundo parece ofrecer libertad y placer. Sin embargo, la verdadera bendición y la salvación del alma solo se obtienen al escuchar y seguir la palabra de Dios. Por lo tanto, sigamos guiando con diligencia y amor aunque sea un alma más al seno de Dios.
Debemos vivir cada día acercándonos a la palabra de Dios. Si nuestras mentes no están fijas en su palabra, el diablo encontrará la manera de desviar nuestros corazones hacia las cosas del mundo. Al acercarnos a las cosas del mundo, surge la codicia, viene el orgullo y comienzan las disputas y las peleas. Los malos pensamientos corrompen entonces el corazón, conduciéndonos a perder por completo la verdad (1 Ti 6:3-5). La palabra de Dios nos permite tener comunión frecuente con Él. Los que leen la Biblia todos los días se acercan mucho a Dios. Nuestro Padre solía decir: “Si me extrañan, lean con frecuencia la Biblia”.
La Biblia enseña que, en los últimos días, habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos e impíos (2 Ti 3:1-5). Las personas del mundo buscan su propio beneficio en lugar de mostrar generosidad. Cuando encuentran algo bueno, desean quedárselo solo para ellos. No obstante, si siempre actuamos de manera egoísta, no habrá nadie que nos ayude cuando lo necesitemos. Aunque a veces parezca que sufrimos pérdida cuando actuamos por el bien de los demás, en realidad, todo lo ofrecido con amor siempre regresa a nosotros. Por lo tanto, no seamos arrastrados por el mundo, sino revistámonos de toda la armadura de Dios mediante su palabra.
Dios nos enseñó a hacer el bien a todos según tengamos oportunidad, y nos recordó que el amor es la mayor virtud (Ga 6:10-14, 1 Co 13:2-13). Estas palabras no deben permanecer como un simple conocimiento; debemos ponerlas en práctica.
El amor es paciente, y cuando se pierde la paciencia, surgen los conflictos. Si alguien habla de forma desagradable, no responda de inmediato; soporte la situación por un momento. Al soportar, aumenta la sabiduría y surgen palabras amables. Pero cuando la ira se apodera de uno, inevitablemente sobrevienen palabras duras. Cuando cedemos a la ira, surgen pensamientos malvados; por lo tanto, no debemos permitir que la ira nos domine.
Muchas peleas surgen del deseo de ganar una discusión o de la falta de voluntad para ceder o disculparse primero. Si pensamos obstinadamente: “¿Por qué debo pedir disculpas?”, la reconciliación puede retrasarse durante meses, a veces incluso dando lugar a la hostilidad. En cambio, tengamos una fe madura y un corazón dócil. Pedimos disculpas no necesariamente porque estemos equivocados, sino para lograr la armonía. Cuando dejamos de lado el orgullo y damos el primer paso hacia la paz con humildad, el corazón de la otra persona se ablanda y pronto se produce la reconciliación. Ambos son bendecidos, y ambos encuentran alegría. Cuando somos considerados y nos disculpamos rápidamente, como “hermanos amorosos”, podemos vivir en armonía toda nuestra vida.
Dar es una bendición. Aunque parezca que perdemos algo cuando compartimos con los demás, en realidad, no perdemos nada; Dios nos ve y nos bendice. Quienes alguna vez recibieron nuestra ayuda lo recordarán y vendrán en nuestro auxilio cuando lo necesitemos. Este es el camino de una vida recta. Amar y dar es la marca distintiva de los hijos de Dios. Dios nos dio incluso su vida, diciendo: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Jn 13:15).
Aunque enfrentemos inconvenientes o dificultades en este mundo, soportemos con fe, porque estamos camino al hermoso reino de los cielos. Sigamos a Dios, quien se sacrificó en la cruz por sus hijos, compartiendo su amor con todas las personas y anunciando la Pascua que conduce a la vida eterna. Como el Padre prometió la salvación a los humildes, apreciémonos y amémonos unos a otros, para que todos seamos la encarnación misma del amor y recibamos de nuestro Padre abundantes bendiciones del cielo.