La fe que reverencia a Dios

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Creer en su palabra complace a Dios. Cuando creemos y actuamos, Dios, en su deleite, nos recompensa (He 11:6).

Los antepasados de la fe fueron bendecidos por agradar y reverenciar a Dios. Dios ordenó a Noé: “Construye un arca”. Proclamó que enviaría un diluvio para destruir el mundo porque la humanidad se había vuelto tan corrupta y violenta que ya no era un lugar donde la gente pudiera vivir. Desde una perspectiva humana, era algo imposible de hacer y difícil de creer, pero Noé reverenció la palabra de Dios (He 11:7). Si no se teme a Dios, no se puede actuar según su palabra. Al reverenciar y creer en Dios, Noé construyó el arca, y como resultado, él y su familia fueron salvos del diluvio (Gn 6-8).

Abraham también reverenció a Dios y fue bendecido (He 11:8). Cuando Dios le ordenó: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre”, no especificó el destino, sino que simplemente dijo: “Ve a la tierra que te mostraré, y te bendeciré”. En aquella época, la sociedad era tribal, por lo que, al dejar su tierra natal, no había comida ni refugio inmediatos y existía la amenaza de otros, lo que implicaba estar dispuesto a enfrentar la muerte. Era algo imposible de hacer sin temer a Dios y confiar plenamente en Él. Sin embargo, Dios no solo ordenó a Abraham que se fuera; también le dio una bendición: “Si vas a la tierra que te mostraré, llegarás a ser una nación grande y serás fuente de bendición” (Gn 12:1-2). ¿Acaso ser fuente de bendición no es la forma más elevada de bendición? Como Abraham obedeció y se aferró a la palabra de Dios a través de pruebas y dificultades, las bendiciones recibidas fueron inmensas. Para recibir las bendiciones de Dios, es esencial honrar su palabra y confiar en sus promesas. Cuando lo hagamos, aquello en lo que creamos se hará realidad. Abraham, quien veneró a Dios y dejó su patria, encontraba la victoria por donde iba. Incluso en tierras estériles, los lugares en donde él se asentó florecieron. También recibió la bendición de una descendencia tan numerosa como las estrellas, y su esposa, Sara, a pesar de su esterilidad, fue bendecida con un hijo.

Si poseemos una fe que reverencia y teme a Dios, también nosotros podremos recibir bendiciones como las de Abraham y Noé. La Biblia predice el juicio y la destrucción que los impíos enfrentarán, como sucedió en los días de Noé, cuando el diluvio asoló y destruyó el mundo (2 P 3:6-7). Si reverenciamos y tememos a Dios, también debemos creer en su palabra. Como Noé preparó el arca y fue salvo, ahora debemos huir al arca de la salvación, Sion, para sobrevivir (Jer 4:5-6). Cuando Sodoma y Gomorra fueron destruidas, los yernos de Lot se burlaron de la advertencia de Dios. Del mismo modo, quienes hoy no veneran a Dios rechazan su palabra con la duda. Debemos creer firmemente en el cumplimiento de la palabra de Dios. Antes del gran desastre sin precedentes, es un acto de amor guiar urgentemente a las almas moribundas a huir a Sion (Ap 7:1-3).

En los tiempos del rey Ezequías, el pueblo de Judá en el sur, que temía a Dios y guardaba la Pascua, fue salvo, pero el reino de Israel en el norte, que se burlaba y despreciaba la palabra de la promesa de Dios, fue destruido. Esta historia está escrita en la Biblia (2 Cr 30:1-10, 2 R 18:9-12, 19:30-33). Si es la palabra de Dios, debemos obedecerla para recibir bendición. Cuando llegue el día feroz, como un horno ardiente, los que temen a Dios serán salvos del desastre y saltarán como becerros de la manada, y quienes no temieron a Dios, no creyeron ni obedecieron su palabra, serán como ceniza (Mal 4:1-3). Dios distingue entre aquellos que veneran su palabra y los que no (Mal 3:16-18). Cuando el rey Saúl ignoró la palabra de Dios, Él escogió a David, que le temía, un hombre conforme a su corazón, para reemplazar a Saúl como rey. Del mismo modo, para ser parte del sacerdocio real en el reino de los cielos, uno debe temer a Dios y ser una persona conforme a su corazón.

Los antepasados de la fe creyeron de todo corazón en las bendiciones prometidas por Dios y se dedicaron con gran fervor. Del mismo modo, reverenciemos la palabra de la promesa de Dios, que nos ha dado como herencia el hermoso reino de los cielos, y recibamos sus bendiciones. Temer a Dios y guardar fielmente su palabra es la manera de aferrarse al cielo. Que, como Abraham y Noé, reciban grandes bendiciones; como el apóstol Pablo, reciban la corona de justicia; y como Pedro, reciban las llaves del reino de los cielos, convirtiéndose en hijos de Sion que alegran a Dios.