No hay un solo momento en que Dios no nos ame. Cuando éramos ángeles del cielo, Dios siempre nos apreciaba con amor. Incluso cuando fuimos expulsados a esta tierra después de cometer graves pecados en el cielo, Dios fue crucificado en lugar de nosotros para perdonar nuestros pecados, a través de lo cual demostró su amor por nosotros. También en este momento Dios mora en la tierra de los pecadores en forma humana como nosotros, y nos cuida.
Así, Dios siempre da amor y dice: “Amaos unos a otros; como yo os he amado” (Jn. 13:34). Dios quiere que amemos a los demás, así como recibimos su amor, y enfatizó que dar amor a los demás tiene más bendiciones que recibir amor de los demás.
“En todo os he enseñado que, trabajando así, se debe ayudar a los necesitados, y recordar las palabras del Señor Jesús, que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir.” Hch. 20:35
Dar amor es más difícil que recibirlo; porque cuando damos amor, necesitamos entender la situación de la otra persona y sacrificarnos para llenar sus carencias. Por esa razón, Dios dijo que más bienaventurado es dar que recibir.
Siguiendo esta voluntad de Dios, debemos compartir su amor con las personas que nos rodean. En lugar de esperar que nos entiendan y nos den amor, si primero nos acercamos a ellos y les brindamos amor y cuidado, Dios nos concederá abundantes bendiciones, complacido con nuestra obediencia a sus palabras.