Gracias por su arduo esfuerzo por guardar las fiestas. Que todas las oraciones ofrecidas con sinceridad durante las fiestas sean respondidas, y reciban abundantes bendiciones del Espíritu Santo.
Todo aquello que el Padre celestial nos ha ordenado hacer se nos da porque nos trae abundantes bendiciones. Asegurémonos de cumplirlo. Predicar el evangelio, asistir a los cultos y orar a Dios, todo lo dispuesto por Él es para nuestra bendición. Demos gracias a nuestro Padre por permitirnos guardar el bendito Día de Reposo, por concedernos el Espíritu Santo cuando oramos y, sobre todo, por darnos la vida eterna a fin de entrar en el reino de los cielos.
Dios nos encomendó estar siempre gozosos (1 Ts 5:16-18, Fil 4:4). Somos el pueblo llamado a estar siempre gozoso, porque estamos destinados a ir al reino de los cielos, donde no hay dolor ni tristeza, sino solo felicidad desbordante. Para llevarnos al cielo glorioso, nuestro Padre vino a esta tierra durante su primera venida con el nombre de Jesús y murió en la cruz, recibiendo el castigo por nuestros pecados. Se vistió de la carne, que es como espinas, por segunda vez y se dedicó a nuestra salvación, ofreciendo innumerables oraciones con ayuno, oraciones de madrugada y de noche durante treinta y siete años. Oremos también por nuestros hermanos y enseñemos el valor de la salvación a los miembros que todavía no lo han comprendido. Debemos comprender qué grande es la bendición de participar en un solo culto y qué inmensa es la bendición de salvar una sola alma. ¡Qué dichosos somos! Como nos hemos convertido en hijos que pueden llamar “Padre” a Dios Todopoderoso, debemos vivir siempre alegremente, dando gracias al Padre, quien nos concedió la vida eterna y el eterno reino de los cielos.
Solo los que hacen la voluntad de Dios entrarán en el reino de los cielos. Estar siempre gozosos también es la voluntad de Dios. Incluso en el mundo, las personas con experiencias buenas están llenas de sonrisas, mientras que aquellas con preocupaciones e inquietudes llevan el ceño fruncido. Como estamos de camino al cielo eterno, un hermoso lugar rebosante de alegría, no debemos fruncir el ceño, sino sonreír siempre y regocijarnos. Se dice que lo que uno tiene en el corazón se refleja en el exterior. Cuando la alegría emana de nosotros, influye en quienes nos rodean a pensar: “Ese miembro debe de estar muy feliz porque será salvo. Yo también debo estar feliz”.
Dios nos enseñó a regocijarnos y a alegrarnos, porque grande es nuestra recompensa en el cielo, aunque seamos perseguidos mientras predicamos el evangelio (Mt 5:8-12). Cuando tenemos un corazón alegre, nos invade el deseo de buscar a los miembros perdidos de nuestra familia celestial, pensando: “No debo ir solo al reino de los cielos, disfrutando de la vida eterna y la felicidad, también debo llevar conmigo a esas pobres almas”. Este corazón de amor brota dentro de nosotros y da fruto. Guiar a las almas moribundas a Dios no solo trae alegría sino también grandes recompensas. Piensen mucho en la alegría de ir al cielo y eviten los pensamientos negativos, como dice la Biblia: “Poned la mira en las cosas de arriba”. Cuando guiemos a muchos a ese lugar, tanto nosotros como ellos estaremos llenos de alegría.
Solo tenemos días felices por delante. Aunque al principio fuimos despreciados, ahora, según la profecía de ser puestos para renombre y para alabanza entre todos los pueblos de la tierra, nuestro entorno reconoce a nuestra Iglesia de Dios como una buena iglesia (Sof 3:14-20). Al difundir la luz del nuevo pacto, las tinieblas han retrocedido, y la gente ha comenzado a mirar hacia la luz. Hace dos mil años, cuando los discípulos de Jesús recibieron el Espíritu Santo y predicaron, tres mil o incluso cinco mil personas fueron guiadas a Dios en un solo día. De la misma manera, todo lo que necesitamos ahora es simplemente predicar el evangelio porque hemos recibido el Espíritu Santo. Ahora es el momento de ser alabados, por lo tanto, prediquemos el evangelio con valentía y diligencia. En lugar de ocultar el Espíritu Santo recibido durante la Fiesta de los Tabernáculos, compartámoslo con muchos otros a través del movimiento del Espíritu Santo.
Estamos bajo la protección de Dios en Sion, un refugio seguro donde los desastres no pueden acercarse a nosotros, por tal razón, siempre debemos regocijarnos y alegrarnos. Abramos la Biblia y enseñemos la palabra de Dios para guiar a muchas personas a Sion a recibir el agua de la vida (Jer 6:16-19, Sal 91:5-11, Jer 4:5-6, Jn 6:53-57). Animémoslos a seguir la palabra de Dios, que nos trae bendiciones en nuestro entrar y salir (Dt 28:1-6). Como hijos del amor, guiemos a quienes viven en la tristeza y la adversidad a vivir siempre con alegría, conduciéndolos al árbol de la vida eterna y al reino de los cielos a través de la Pascua del nuevo pacto. Hijos de Sion, guíen a muchas personas al seno de Dios, alegrando su corazón, y reciban abundantes recompensas y alabanzas de nuestro Padre en el reino de los cielos.