Cosas buenas y cosas malas

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La Biblia advierte que en los últimos días habrá personas soberbias, amadores de sí mismos, airados, rencillosos y sin consideración con su prójimo (2 Ti 3:1-5). Dios nos enseña a no conformarnos a este mundo corrupto, sino a poner nuestro corazón en las cosas de arriba. Los hijos se parecen a sus padres. Como hijos de Dios, hemos recibido el amor de nuestro Padre celestial, quien redimió a la humanidad a través de su santo sacrificio. Por eso, es nuestro deber emular el corazón compasivo de Dios y glorificarlo a través de nuestras buenas obras.

Dios está transformando la apariencia de sus hijos pecadores en una muy buena apariencia. Él aparta a los malos de entre los justos, así como en la parábola cuando los pescadores recogen los buenos peces en cestas y lo malo echan fuera (Mt 13:47-50). No todos entrarán en el cielo, sino solo aquellos que viven con piedad y humildad, considerando a los demás como superiores a sí mismos y obedecen fielmente las enseñanzas de Dios (Mt 25:31-46).

La palabra de Dios es nuestra vida, espíritu y gloria del reino de los cielos (Jn 6:63, 12:48-50). Acercarse a la palabra de Dios significa acercarse a Dios mismo. Si escuchamos y obedecemos las buenas palabras de Dios, seremos bendecidos y estaremos eternamente con Él en el hermoso reino de los cielos.

El Padre nos enseñó: “Ama a tu prójimo como a ti mismo, y vivirás para siempre” (Lc 10:25-28). Cuando nos esforzamos por evitar ofender a los demás y, por el contrario, procuramos brindarles alegría, darles consuelo en tiempos difíciles y elogiarlos cuando las cosas salen bien, estamos demostrando amor por nuestro prójimo. Abstengámonos de hablar palabras que causen dolor o ira, y más bien usemos palabras amables que alivien las frustraciones de quienes nos rodean. Para guiar a los demás a la salvación, debemos participar en numerosos actos de bondad. Al observar nuestras buenas obras, serán receptivos a nuestro mensaje de la verdad y cosecharemos los frutos de nuestros esfuerzos en la predicación.

Está escrito: “Resistid al diablo, y amad a vuestros hermanos a quienes podéis percibir como enemigos”. El verdadero amor implica perdonar. Si perdonamos a nuestros hermanos, Dios nos perdonará y nos llevará al cielo (Mt 6:14-15). La Biblia nos asegura que Dios no juzgará nuestros pecados, sino que nos bendecirá abundantemente como medida buena, apretada y remecida, si nos abstenemos de juzgar a los demás y los perdonamos (Lc 6:37-38). Los padres recompensan a sus hijos cuando los complacen. Por lo tanto, para recibir las abundantes bendiciones de Dios, debemos esforzarnos por ser buenos hijos.

Como el alfarero espiritual, Dios nos está formando en buenas vasijas para el reino de los cielos (Is 64:8, Jer 18:1-4). Está escrito que para entrar en el cielo, debemos convertirnos en buenas vasijas. Aquellos que guardan los mandamientos de Dios y practican sus palabras nacerán de nuevo con un corazón hermoso y tierno. Si Dios nos manda perdonar, perdonemos; si nos pide llevar una vida piadosa, vivamos piadosamente. Siguiendo la guía transformadora de Dios, recibiremos una generosa bienvenida en el cielo (2 P 1:3-4).

Dios se alegra mucho cuando guiamos a los pecadores al arrepentimiento y ayudamos a llevarlos al cielo. Por lo tanto, esforcémonos por guiar al arrepentimiento a muchos pecadores, cuyas almas están muriendo, y transformarlos en seres justos dignos del reino celestial. Haciendo esto, presentemos buenos frutos a nuestro Padre. Dios da muchos frutos a los que guardan fielmente su palabra en Él (Jn 15:3-5).

Cuando cultivamos la piedad y la belleza y permanecemos unidos, Dios nos concede bendiciones y la vida eterna (Sal 133:1-3). Estemos unidos a través del amor. Esforcémonos por guiar a aquellos que están atrapados en este mundo por el miedo y la ansiedad, a Sion, un refugio seguro, para que puedan escapar de los desastres y recibir la vida eterna. Hagamos buenas obras de brindar este amor, creyendo en que la palabra de Dios es vida y poniéndola en práctica. ¡Deseo que se conviertan en buenos hijos dignos de ser colocados en la buena cesta de Dios, dando alegría a su corazón y brillando eternamente en el reino celestial!