No hay nadie es este mundo que no desee ser exaltado u honrado de alguna manera. Sea en una conversación o en una relación con amigos o conocidos, todos aprecian ser respetados y valorados; a nadie le gusta que lo menosprecien. Debido a este deseo natural, a veces las relaciones pueden resultar pesadas o incluso estresantes. Este problema es a menudo uno de los aspectos más difíciles de la obra del evangelio. ¡Qué hermoso sería si pudiéramos simplemente concedernos y cuidarnos sinceramente unos a otros! Sin embargo, muchas veces la gente insiste en que “esto es correcto” o que “no, que esto es lo correcto”, y en esa confrontación de opiniones surgen los desacuerdos e incluso podemos herirnos involuntariamente.
Dios nos enseña que el amor es el mayor de todos (1 Co 13:13). El verdadero amor pone a los demás antes que a uno mismo. Ese es el corazón que piensa en el dolor de los demás antes que en el propio. Aunque no es fácil parecerse al corazón de Dios, debemos transformarnos mediante el amor si queremos entrar en el reino de los cielos. Esforcémonos por convertirnos en esas personas.
Nuestro Padre celestial dijo: “Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que él os exalte cuando fuere tiempo” (1 P 5:6-9). También enseñó: “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23:12). Un corazón humilde nos permite reconocer que otros también pueden tener perspectivas válidas. Sin humildad, nos aferramos a nuestras propias opiniones, y eso es terquedad. Si nos acercamos a nuestros hermanos con humildad, la promesa de Dios seguramente se cumplirá, como está escrito: “Para que él os exalte cuando fuere tiempo”, y finalmente alcanzaremos el reino de los cielos. Es por eso que nos ha dado tantas enseñanzas sobre la humildad.
En Sion, todos somos hermanos espirituales, no hay mayor ni menor entre nosotros, porque somos una familia. Cuando alguien no sabe algo, le enseñamos con amabilidad. Cuando tenemos algo delicioso, lo compartimos con alegría. Cuando hace calor o frío, nos cuidamos unos a otros con cariño. Este es el corazón de una verdadera familia. Sion siempre debe ser un lugar cálido y acogedor, donde se sienta profundamente el amor de una familia. Cada uno de nuestros hermanos es un alma preciosa, tan valiosa que Dios mismo dio su vida para salvarlos. Cuando nos saludamos con alegría y nos tratamos con cariño, damos gran alegría a nuestro Padre celestial.
Una vez vivíamos en medio de la gloria del cielo, pero ahora vivimos en este mundo lleno de dificultades. Después de un largo y agotador día de trabajo, cuando alguien llega a la iglesia cansado y un hermano, lleno del amor de Dios, lo saluda cálidamente, ese simple saludo puede levantarle el ánimo y renovarle las fuerzas. Aunque un saludo pueda parecer un gesto pequeño, un saludo cordial tiene el poder de animar a quien lo recibe y traer alegría a quien lo da. Esto fortalece la fe y despierta un amor más profundo por salvar al menos un alma más. Hay un dicho: “Una palabra amable puede pagar mil deudas”. De la misma manera, un cálido saludo puede reanimar un alma cansada. Para ofrecer ese amor, primero debemos humillarnos. Cuando tenemos un corazón que considera a los demás como superiores a nosotros mismos, el saludo fluye naturalmente, y nos inclinamos con facilidad.
Tengamos una vida de fe humillándonos y exaltando a los demás, tal como nos enseña la palabra de Dios. Compartir la verdad es importante, pero los actos de amor que consuelan el corazón son el verdadero fundamento. Aunque el árbol lleve fruto, sin amor, el fruto se secará al final y caerá. Por esta razón, nuestro Padre nos ha enseñado a estar unidos y a vivir juntos en armonía.
Como hijos que hemos aprendido de nuestro Padre Cristo Ahnsahnghong, saludémonos siempre con calidez, hablemos con gentileza y conversemos con amabilidad. Digamos palabras que consuelen, animen y levanten, en lugar de palabras que critiquen o hieran (Ef 4:25-29). Haciendo esto, llevemos abundantes frutos. Así como un árbol florece y da fruto cuando recibe un buen alimento, nuestros hermanos también ganan fuerza y son capaces de llevar fruto cuando escuchan palabras nutritivas y hermosas. Obedezcamos las enseñanzas de nuestro Padre y tengamos una vida del evangelio que le dé una gran alegría. Espero que moren para siempre en el reino de los cielos, un lugar tan hermoso y de rebosante alegría que no se puede expresar con palabras humanas, y lleven ricos y abundantes frutos de amor.