Los hijos de amor que agradan a Dios

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Al venir a esta tierra por nosotros, Dios no solo nos concedió la vida eterna, sino también nos otorgó la bendición de regresar a nuestro hogar celestial. En medio de nuestra vida ocupada, a veces podemos olvidarlo, pero nunca debemos olvidar el amor de Dios que vino a esta tierra y se sacrificó para salvarnos. En su primera venida, Él soportó la agonía de ser crucificado para concedernos la vida eterna y el reino de los cielos. En su segunda venida, tomó nuevamente la ropa de espinas de la carne, soportando treinta y siete años de hambre, pobreza y sufrimiento. Vivamos siempre con sincera gratitud hacia nuestro Padre Cristo Ahnsahnghong, que recorrió el camino de sufrimiento para nuestra salvación.

El Padre Ahnsahnghong dijo: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. Él se sacrificó para guiarnos de la muerte eterna al reino de la vida. ¿No es el mayor deseo de Dios guiar a Sion a aquellos que están condenados a muerte y destinados al castigo del infierno? Esforcémonos por agradar a Dios difundiendo diligentemente la alegre noticia de salvación y guiando a las almas a Sion.

Nuestro Padre nos ha dado muchas enseñanzas, incluyendo el mandamiento de amar a nuestros hermanos así como amamos a nuestro propio cuerpo. Si bien el conocimiento es importante, ponerlo en práctica es igualmente indispensable. ¿No es Sion el lugar donde se comparte el amor que este mundo no conoce? Ahora, en un mundo donde el amor se ha enfriado, se necesita mucho el amor que brindan los miembros de la familia de Sion. La gente del mundo, al no ver el futuro y no tener esperanza, viven solo buscando su propia comodidad, sin tener en cuenta el dolor y las dificultades de los demás. Sin embargo, cuando entran en Sion, aprenden a poner a los demás antes que a sí mismos, a amar a su prójimo y a cuidar a los hermanos, todo según las enseñanzas de Dios. Solo en Sion se puede encontrar el verdadero amor. Solo volviendo a Dios podemos mantener la paz en el mundo y recibir la salvación.

Cuando nuestro prójimo está en paz, nosotros también podemos encontrar la paz. Llamémoslos frecuentemente para que regresen a Sion, el refugio seguro. Como el cielo no es un viaje que emprendemos solos, mostremos amor a nuestro prójimo guiándolo para que se una a nosotros en el camino al cielo. Debemos convertirnos en el amor mismo. Dios es amor (1 Jn 4:7-8), y como sus hijos, debemos compartir ese amor con los demás. Encarnemos el amor en todo lo que hagamos, llevando esperanza a aquellos que viven sin ella.

El mundo está sumido en el caos hoy en día. En estos tiempos inciertos e inestables, la gente busca desesperadamente seguridad y comodidad. Sin embargo, no importa hacia dónde miremos, solo Sion, donde Dios habita, nos brinda la verdadera y duradera seguridad. Demos gracias a nuestro Padre, que nos ha llamado al refugio seguro de Sion y nos ha hecho sus hijos, permitiéndonos vivir con alegría y esperanza en el cielo en este mundo turbulento. En medio de la confusión, guiemos rápidamente a Sion a aquellos que están perdidos y no pueden encontrar seguridad. Las cosas de este mundo son efímeras, como la brisa que pasa, pero el mundo adonde nos dirigimos es eterno. En este año, difundamos diligentemente el evangelio en Samaria y hasta lo último de la tierra, para que podamos reunirnos con toda nuestra familia celestial perdida.

Jesús dijo: “Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí […]. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Jn 15:1-5). A través de la palabra de Dios y la Pascua del nuevo pacto, hemos sido limpiados completamente. Llenemos ahora nuestras vasijas purificadas con abundantes buenos frutos.

En el lugar que Dios protege y donde está con nosotros, no existen el miedo ni las dificultades. Nada es imposible. Aunque caigan mil o diez mil, Dios ha prometido que ningún desastre nos llegará. Pongamos nuestra confianza en Dios, quien nos ha dado esta promesa inmutable. El reino de los cielos, un país de verdadera libertad sin restricciones, donde no hay llanto, clamor ni dolor, sino solo alegría rebosante, está muy cerca. Compartamos las alegres noticias de salvación y la Pascua del nuevo pacto con los que nos rodean. Al convertirnos en hijos de amor, guiemos a muchos al reino de los cielos, donde entraremos juntos, de la mano.