Estén preparados predicando el evangelio

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Dios dijo: “No te jactes del día de mañana” (Pr 27:1). El evangelio no es algo que podamos posponer. Una vez que el día haya terminado, podemos perder la oportunidad para siempre. Es por eso que el hoy es importante. Debemos ser fieles con lo que podemos hacer ahora.

Así como la gente se prepara para no mojarse cuando ve nubes elevándose en el oeste, nosotros también debemos prepararnos cuando veamos las señales (Lc 12:54-55). Recientemente vi una noticia sobre personas en los Estados Unidos que están convirtiendo sus sótanos en depósitos y almacenamiento de alimentos como preparación para desastres. Estas cosas no pueden salvar almas ni garantizar la supervivencia hasta el final, pero debido a que no tienen nada realmente confiable, se preparan de esa manera.

Proclamemos claramente: “Vengan rápido a Sion, porque allí está Dios que da la vida eterna”. Fue Dios quien alimentó a los israelitas en el desierto durante cuarenta años. Aquellos que olvidaron esto y siguieron sus propios caminos perecieron. Nunca debemos olvidar la gracia de Dios. Debemos aferrarnos a Dios, quien nos da bendiciones, vida eterna y todo lo que necesitamos. No hay nadie que pueda ayudarnos excepto Dios.

Dios nos dijo que “velemos y estemos preparados” (Mt 24:42-44). “Velar” significa esforzarse por salvar incluso un alma más, predicando a las pobres personas que están indefensas ante un desastre repentino, haciéndoles saber acerca de Sion, donde pueden recibir la protección de Dios. Cuando predicamos el evangelio, podemos estar preparados.

Reflexionemos sobre cómo podemos retribuir a nuestro Padre, que nos rescató del castigo del infierno y nos concedió la vida eterna en el hermoso reino de los cielos. Lo que más le agrada a Dios es hacer que las almas destinadas a morir se arrepientan y encontrar a sus amados hijos. Si buscamos diligentemente, podemos encontrarlos a todos hoy. Pero si seguimos pensando perezosamente: “Si no es hoy, será mañana”, es posible que nunca los encontremos, aunque pasen miles de años. Cuando realmente comprendemos la palabra de Dios, lo mejor que podemos hacer es ponerla en práctica de inmediato. No seamos como el hombre necio que guardó tesoros para sí mismo, pero era pobre para con Dios. En cambio, acumulemos tesoros en el cielo a través de nuestros esfuerzos por el evangelio (Lc 12:19-21). Hay recompensas para aquellos que trabajan para el evangelio (Ap 22:12). Cuando vivimos hoy para el evangelio que agrada a Dios, estamos acumulando abundantes bendiciones en el cielo.

Nuestro Padre vino a esta tierra para salvar a los pecadores que fueron expulsados del cielo a la muerte por causa del pecado. Murió en nuestro lugar y estableció la verdad del nuevo pacto de la Pascua. Al sacrificarse y sufrir el tormento de la cruz, nos dio la gracia de recibir la vida simplemente al comer el pan y beber el vino de la Pascua. Cuando realmente comprendemos esta gracia, nuestro corazón se conmueve. Sentimos un profundo deseo de predicar el evangelio y pensamos en cómo podemos complacer a nuestro Padre. Sin embargo, cuando olvidamos esta gracia, caemos de nuevo en el pecado, nos volvemos ingratos ante Dios y nos hacemos indiferentes, a pesar de que muchos a nuestro alrededor todavía están esperando escuchar el evangelio. La predicación no es algo grandioso ni complicado. Comienza con una simple pregunta: “¿Sería usted nuestra familia celestial perdida?”. Nuestro Padre, que vino en la carne para buscar y salvar a los que se habían perdido (Lc 19:10), comenzó su obra humildemente llevando la Biblia en su maletín y tocando las puertas. Habló con extraños en las calles, con los que descansaban en las bancas de los parques e incluso con la gente en el trabajo, siempre compartiendo amor tanto espiritual como físicamente. Él nos dio el ejemplo perfecto de la predicación (Jn 13:15).

Aunque ganemos el mundo entero, no sirve de nada si perdemos nuestra vida (Mt 16:26). El mayor acto de amor es llevar a un alma, que está destinada a morir en el infierno, a la presencia de Dios. Todos están buscando la manera de vivir para siempre. Por eso, no nos alejemos de aquellos que pueden ser salvos; en cambio, digamos la verdad con valentía a todos los que conocemos. Dios ha escrito claramente en la Biblia el pan de vida y también lo ha preparado. Todo lo que necesitamos hacer es ofrecerlo a los demás para que puedan comer y vivir. Proclamemos con confianza a aquellos que están sufriendo en este mundo afectado por los desastres que vengan a Sion a comer el alimento de la vida eterna, porque existe la Pascua que nos libra de los desastres. Guiemos a muchos a los brazos de Dios, para que podamos brillar como las estrellas en el cielo para siempre.