La necesidad del Espíritu Santo

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Cristo es la cabeza, y nosotros somos su cuerpo (1 Co 12:12-27). Así como cada parte del cuerpo recibe dirección de la cabeza para vivir y funcionar, quien nos da dirección para ir al reino de los cielos es Dios, es decir, el Espíritu Santo. Fue el Espíritu Santo quien reveló el Día de Reposo para bendecirnos, y la Pascua para protegernos de los desastres y darnos la vida eterna, a fin de que podamos entrar en el cielo.

Según la promesa de venir por segunda vez para traer la salvación (He 9:28), quien nos ha enseñado lo más necesario para recibir la vida eterna es nuestro Padre, Cristo Ahnsahnghong. Cada instrucción, mandato y petición del Espíritu Santo es la vida misma. Por eso, necesitamos absolutamente al Espíritu en nuestro camino de la fe. Como hijos de Dios, debemos anhelar y confiar en el Espíritu de Dios para recibir las bendiciones anheladas.

Fue por la guía del Espíritu que Felipe se acercó al eunuco etíope y lo condujo al bautismo (Hch 8:26-39). Como Felipe aceptó de todo corazón las palabras del Espíritu y estaba lleno del deseo de salvar almas, el Espíritu le ordenó acercarse al carro. Del mismo modo, cuando Pablo predicó, fue Dios quien abrió el corazón de Lidia para que recibiera su mensaje (Hch 16:6-14). Pablo dedicó todo su corazón, mente y alma a proclamar a Jesús, el Cristo. No hacía lo que el Espíritu Santo no deseaba, sino solo lo que Él quería; y como resultado, llevaba abundante fruto por dondequiera que iba.

Nosotros también debemos seguir la voluntad de Dios por encima de la nuestra y llevar a cabo la obra del evangelio siguiendo la guía del Espíritu Santo. Sin embargo, a veces trabajamos sin oración, no actuamos según la palabra de Dios o hacemos cosas que el Espíritu Santo no desea, y por eso no recibimos los dones del Espíritu Santo. Dios nos llama a la unidad, a considerar a nuestros hermanos y a glorificar su nombre. Pero si herimos a nuestros hermanos, y nuestras palabras y acciones no son edificantes, aunque salgamos a predicar, Dios no abrirá los corazones de las personas. Si buscamos frutos sin seguir la instrucción de Cristo, nuestra Cabeza, y nos resistimos a la guía del Espíritu Santo, Dios no nos dará frutos en esa obra.

Incluso los atletas, para ganar una medalla de oro, se abstienen de hacer lo que desean y siguen todas las instrucciones de su entrenador. De la misma manera, Dios es nuestro entrenador y nosotros somos corredores en la carrera hacia el cielo. Actuemos conforme a su voluntad y recibamos la corona de oro del reino de los cielos (Ap 4:1-6, 10-11, 2 Ti 4:1-8). El Espíritu Santo nos advierte: “No os conforméis a este siglo”, y si corremos haciendo cosas que el pueblo de Dios no debe hacer ni ver, corremos el riesgo de ser descalificados. El Espíritu también nos ordena: “Prediquen la palabra, escuchen o dejen de escuchar”. Si, basándonos en nuestro propio juicio, decidimos que “esa persona no escuchará”, estamos rechazando la guía del Espíritu. Debemos seguir las instrucciones del Espíritu con fidelidad y sin condiciones. Corramos la carrera de la fe con disciplina y perseverancia hasta recibir el premio (1 Co 9:24-25).

La Biblia está llena de ejemplos de quienes triunfaron en la carrera de la fe (He 12:1-2). Noé obedeció el mandato de Dios, construyó el arca y recibió la salvación. David confió en Dios, derrotó a Goliat y liberó a Israel. Los tres amigos de Daniel siguieron la voluntad del Espíritu, negándose a inclinarse ante los ídolos; y fueron protegidos incluso dentro del horno de fuego ardiente, sin que se quemara ni un solo cabello. Moisés pudo haber disfrutado de la gloria del palacio de Faraón siguiendo sus órdenes, pero en cambio tuvo puesta la mirada en el galardón del cielo y eligió obedecer al Espíritu (He 11:24-26). Los apóstoles —Pablo, Pedro, Santiago y Juan— y muchos otros creyentes fieles siguieron la palabra dada por el Espíritu Santo y ahora moran en el reino de los cielos.

Si vivimos según la ley del Espíritu de vida, seremos liberados de la ley del pecado y de la muerte, y entraremos en el reino eterno (Ro 8:1-2). No podemos ganar esta carrera con nuestras propias fuerzas; solo mediante la ley del Espíritu podemos vencer. El Espíritu conoce nuestras debilidades, intercede por nosotros personalmente y nos abre el camino próspero. Nuestras oraciones deben unirse a su obra. Quienes buscan con fervor el Espíritu serán llenos de santidad, paz, mansedumbre, humildad, misericordia y buenos frutos (Stg 3:17-18). Corramos la carrera de la fe con todo el corazón, sigamos las palabras del Espíritu Santo y, al final de nuestro camino, recibamos la corona de oro que nos espera en el cielo.