Somos un cuerpo en el amor de Dios

4388Views
Contenido

Los hijos de Sion se están levantando y están difundiendo el evangelio ávidamente en todo el mundo. Tal como dijo el Padre, la obra de guiar a muchas almas al lado de Dios al transmitir la preciosa verdad de la vida está captando la atención del mundo entero. Estamos siendo testigos del hecho de que cuando obedecemos las palabras de Dios, ocurren milagros sorprendentes.

Según las palabras de la profecía, en estos tiempos en que ocurren muchos desastres, es aún más importante preparar nuestra fe y ayudar a las personas del mundo a prepararse para que puedan entrar en el reino de los cielos sin sufrir calamidades. ¿Acaso no somos los obreros del nuevo pacto, que llevamos la buena noticia de la salvación a muchas almas que están desesperadas y muriendo en medio de los desastres? Como hijos del reino de los cielos, el cumplimiento dedicado de nuestra misión se traducirá en recompensas celestiales.

Cuando un alma se bautiza, el gozo que sentimos es similar a poseer el mundo entero. Parece que nos alegramos mucho porque es el fruto de todo nuestro esfuerzo, trabajo, dedicación y dolor del corazón, todo ello con el amor y la pasión que hemos depositado.

Nos regocijamos juntos porque somos un solo cuerpo en el Espíritu. Siguiendo el paso de la profecía: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mt 28:19-20, Mr 16:15), los miembros emprendieron misiones de corto plazo y dirigieron numerosas almas a la verdad, y los hijos de Sion de todo el mundo se regocijaron juntos. Esto es porque nuestros miembros, siendo un solo cuerpo, llevaron frutos.

Si reconocemos a Dios como la cabeza, cada uno de nosotros es una parte del mismo cuerpo, que realiza diversos roles como ojos, nariz, oídos y otras funciones (1 Co 12:12-27). Compartamos diligentemente el evangelio con quienes nos encontremos en nuestros respectivos lugares: trabajadores en sus lugares de trabajo, estudiantes en sus escuelas, soldados en sus bases militares y amas de casa en sus comunidades. El Padre dijo que la boca que anuncia el evangelio es hermosa y los pies de los que anuncian son igualmente hermosos (Ro 10:14-15). Unámonos, como partes de un solo cuerpo, y trabajemos juntos para salvar un alma, portando la hermosa boca.

Somos uno en el amor de Dios. Cuando sucede algo bueno, todo el cuerpo se alegra. Las buenas noticias se transmiten por los oídos, y lo que se ve, por los ojos. Aunque las plantas de nuestros pies puedan permanecer ocultas, no podemos movernos sin ellas. Como somos un cuerpo, cada parte tiene un valor inherente. Cuando una parte del cuerpo se lesiona, todo el cuerpo siente el dolor. La señal de dolor comienza en la cabeza y todo el cuerpo dirige allí su atención y comparte el sufrimiento como uno solo.

Cada parte del cuerpo es importante; ninguna es insignificante. Por tanto, abandonemos los celos entre nuestros hermanos y en cambio unámonos con amor. Hablar con gracia en el Espíritu Santo palabras que nutran la fe y fortalezcan el alma producirá frutos abundantes en quienes las escuchen (Ef 4:22-32). Puesto que está escrito que los humildes serán salvos, seamos siempre considerados y animemos a nuestros hermanos con palabras y corazón humildes. Si predicamos el evangelio solo con nuestros propios pensamientos, llevaremos frutos lentamente, pero si lo hacemos solo con el corazón de Dios, tenemos garantizado llevar frutos. Difundamos la palabra de Dios tal como es, propagando el evangelio con el espíritu de amor y sacrificio así como Cristo, quien se humilló y se sacrificó hasta la muerte en la cruz para salvar nuestras almas (Ez 3:17, Fil 2:5-8). Y así, definitivamente llevaremos frutos.

El Padre continúa preparándonos la maravillosa gloria del cielo, de la que nunca hemos oído hablar antes ni hemos visto. Para entrar en el reino de los cielos, debemos abstenernos de disfrutar de los placeres mundanos y de realizar actos poco éticos. En cambio, debemos someternos a una transformación, despojándonos de las manchas del pecado, para emerger como hijos dignos del Dios hermoso y bondadoso (Ro 12:1-2). Preparémonos con el aceite de la fe, como las vírgenes prudentes, para ascender al cielo transformándonos en una hermosa figura, semejante a la de Dios, sin ninguna falta. Que puedan llevar a muchas personas al arrepentimiento, para que disfruten de la gloria eterna con Dios y se conviertan en amados hijos de Dios para siempre.